Aprender un nuevo idioma para cambiar tu perspectiva del mundo

ChipaxEdu
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Contracturado y medio aturdido por 36 horas de vuelos, otras tantas de tramitar en aeropuertos, y unas tres en un taxi que me trajo desde el extremo norte al extremo sur de la isla principal, entré a la pieza de mi hotel de cuarentena con mi maleta, una pesada mochila llena de aparatos, y una bolsita de tofu hediondo que insistió en comprarme mi taxista una vez que supo que era mi primera vez en Taiwán.

Después de darme un baño con las voces de la tele prendida en un canal de noticias como soundtrack de fondo, comprobé el sabor del tradicional y bien nombrado platillo. Ahora ya entiendo por qué genera tanto terror en cierta gente. Es interesante. Un gusto adquirible.

tofu

Soy ingeniero en Chipax, miembro del equipo de tecnología. Estoy en Tainan haciendo mi cuarentena preventiva, misma ciudad donde pronto empezaré a asistir a clases de mandarín.

Las 11 horas de diferencia con Chile, país sede base de Chipax y el propio lugar de mi despegue, significan que, por acuerdo, hoy trabajo media jornada cada noche, equivalente a la mañana chilena.

Pero, ¿por qué vine a dar aquí?

taiwan

Esa serie de circunstancias

Mi interés por el idioma mandarín y por Taiwán surgió de a poco y por una serie de circunstancias fortuitas:

Primero el hecho de que mi interés de chico por los videojuegos y la cultura pop japonesa me llevó a eventualmente aprender japonés e ir a estudiar a Japón. En mi paso por esa tierra, que por cierto es historia aparte, conocí un número de pares forasteros, entre los cuales había muchos étnicamente chinos. Quiero decir gente de China continental propiamente, pero también de otros lados, como Malasia e Indonesia. Mi compañero de pieza en una residencia estudiantil era taiwanés. Y la mayoría de ellos se comunicaba entre sí en mandarín, que si bien no es para nada el único idioma sinítico, sí es el más hablado y una especie de lingua franca. Para ellos, porque cuando estaban juntos y hablaban yo quedaba totalmente marginado de la conversación.

La otra razón es mi amor generalizado por los idiomas. Tengo un interés en parte instrumental pero en mayor parte antropológico, y muchas veces también psicológico por ellos.

En cualquier caso, aprender un idioma te da una perspectiva del mundo que puramente viajar no te da. Así, después del japonés adopté el mandarín como mi nuevo reto, y en mi etapa introductoria tuve que decidir si empezaba a aprender caracteres simplificados o tradicionales. Lo que pasa es que existen dos estándares de escritura que son usados en distintas regiones:

  • La escritura simplificada (像这样), usada en China continental, Malasia y Singapur
  • Y la tradicional (像這樣), usada en Taiwán, Hong Kong y Macao.

Como me interesan los aspectos históricos y civilizacionales, me fui por la segunda opción: es una escritura más antigua que conserva mejor ciertos rasgos etimológicos. Y así llegué a Taiwán, porque de esas tres regiones es la única donde el mandarín es el principal idioma en uso.

Entonces eran mediados del 2017, mientras trabajaba como freelance y mucho antes de entrar a Chipax, que empecé a estudiar mandarín en forma autodidacta. Como parte de mi proceso de aprendizaje empecé a consumir artefactos de la cultura popular en su idioma nativo: escuchar música y podcasts, ver series y películas, leer redes sociales y cómics. También me metí a aprender mucho sobre historia y política, y empecé a seguir las noticias. Poco a poco me fui familiarizando con los lugares, los nombres y las fechas, y a tener un entendimiento más acabado de lo que es Taiwán, su gente, y los eventos que la moldearon.

Una excusa que se llama beca

En el proceso, y para completar la experiencia, se me ocurrió la idea de buscar una forma de llegar a Taiwán a vivir un rato y descubrir la cultura, acaso encontraba alguna oportunidad de trabajo ahí. Pero mi mandarín no era muy funcional aún, así que fue también por casualidad que pillé la beca “Huayu Enrichment Scholarship” del gobierno taiwanés, que me pareció un buen trampolín para llegar a estas tierras.

La beca premia con un monto mensual para venir a Taiwán a estudiar mandarín unos meses, 15 horas a la semana. No es un monto holgado—da justo para pagar las mensualidades y los costos de vivir aquí, más o menos según la ciudad y la escuela, pero es un muy buen apoyo para cualquiera que tenga el interés.

Pero el año fatídico en que postulé se llama 2020. En ese periodo justo estallaba la pandemia, y sus restricciones e incertidumbres eran la tormenta que amenazaba al barco que yo seguí tozudamente remando.

Después de la experiencia con el letal SARS en 2003, el gobierno taiwanés ha sido muy cauto con esta pandemia, y ha impuesto un estricto sistema de control de entrada desde que brotó la alerta en Wuhan. Primero, no cualquier persona puede entrar al país, sólo aquellas con un permiso especial—los turistas están descartados. Y quienes logran entrar deben hacer una estricta cuarentena de catorce días, y después una semana de “autogestión de salud”, periodo en que está prohibido asistir a escuelas, oficinas y lugares muy concurridos. Vale decir que gracias a esto, con una población de 23 millones, tienen a esta fecha con suerte unos 20 mil casos.

En ese contexto, el ganar esa beca tuvo un sabor agridulce, porque no se podía concretar la oportunidad. Y después de aplazarse múltiples veces y ya habiendo abandonado el plan, me invitaron a postular a Chipax.

trabaja en chipax

Y de súbito, Chipax

Lo interesante es que en ese tiempo, es decir hace poco menos de un año, Chipax ya era una empresa de operación 100% remota, y ya había gente trabajando desde fuera de Chile. Nadie desde la antípoda, eso sí—en eso parece que soy pionero.

Pero en una de esas primeras conversaciones con François (CTO) ofrecí que, si bien no tenía una probabilidad muy grande, podría ser que esta oportunidad de ir a Taiwán se concretara, y que de ser así yo iba a perseguirla. Estando este mundo lleno de empresas que siguen todo tipo de malas prácticas con sus trabajadores, hice esta confesión con algo de vacilación. Por suerte Chipax resultó ser, por lejos, la empresa que más respeta las motivaciones personales de sus trabajadores entre las que me he topado hasta ahora.

Me tomó un poco de sorpresa cuando la posibilidad de ir a estudiar se hizo realidad. Después de un año de que me digan que sí, que va, que ahora sí, pero sin que definitivamente pase nada, yo ya me había insensibilizado al juego. Me invitaron a la oficina de la misión diplomática taiwanesa a una especie de ceremonia en la que conocí a otros becarios. Varios de ellos tomaron las maletas y se fueron en diciembre del año pasado.

Yo llegué y volví a hablar con François, y le empecé a explicar: ¿Te acuerdas de cuando te conté que me quería ir a Taiwán?

Un largo proceso

Tengo que ser honesto, para llegar hasta el punto en el que me encuentro hay que ser muy organizado, minucioso y persistente.

Tuve que sortear la real pista de obstáculos que fue todo el proceso de hacer horas de filas que dan a ventanillas donde te dicen que no es ahí, buscar y rebuscar en rincones ocultos de la web, compilar y cotejar información contradictoria, competir con apáticos menús telefónicos y bots de servicio al cliente, descifrar documentos en múltiples idiomas, traducir certificados al inglés, reservar vuelos y alojamientos, pedir favores a amistades dentro de Taiwán, y muchas otras burocráticas gestiones.

Mientras me metía a la manga que conectaba el terminal del aeropuerto con el avión que me llevaría a Taoyuan en Taiwán fui testigo de una mujer que, discutiendo con personal de la aerolínea, se quedaba atrás y afuera, alguien que se perdió en algún paso del laberíntico proceso, que se olvidó de algún oscuro documento, y que en penitencia se quedaba ahí sin poder dar ese paso final.

Yo, en cambio, sobreviví estos dos años de proceso y ya estoy aquí, en mi pieza de cuarentena. Mi hotel, eso sí, no es ningún lujoso resort.

La escuela me ayudó a reservarlo como la opción más barata, y se nota. Al entrar te recibe el olor a encierro propio de una pieza que tiene apenas una pequeña ventana para abrir. La comida está bien, son cajitas de tienda de conveniencia y no hay elección de menú, pero el contenido es variado y la cantidad es francamente más de lo que puedo comer.

Para la ropa, me tengo que conformar con usar la bolsita de detergente que me dejaron y lavarla a mano en la tina. No hay calefacción, teniendo 8°C como temperatura mínima aquí, siendo invierno.

Y la que para mí ha sido la peor parte, no sólo es pequeña la ventana, sino que por renovaciones el exterior está rodeado de andamios y cubierto de una tela que tapa los pocos rayos de sol que alcanzarían a llegar. Si bien en Chile por culpa de la pandemia poco salía de la casa, esta falta de luz natural y aire es lo que más me hace querer salir de esta pieza lo antes posible.

cuarentena

Pero da la noche y me pongo el polar delgado que de suerte me traje (porque pensaba con optimismo que aún durante el invierno del tropical Taiwán no iba a hacer suficiente frío), y abro el computador para conectarme al Discord y Slack de Chipax, que son las herramientas que nos mantienen conectados como si no estuviéramos a océanos de distancia; saludo al Comber que está por supuesto primero conectado, y prendo varios otros programas que hacen que zumbe el ventilador del computador, y tal vez pongo algo de música, y preparo los dedos para ponerme a trabajar.

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